Tras el VII Festival Internacional de Buenos Aires me encargaron los diseños de la imagen de las siguientes tres ediciones, con la acotación de que las identidades buscaran articularse con la del resto de los festivales que organiza la ciudad, que ya contaban con un color identificador, el azul del FIBA. Pretendían que se estabilizara en una identidad tradicional para que la marca contara con una continuidad y mayor presencia institucional. También se comentó que la agenda de espectáculos incluyera grupos de todo el mundo, muchos ya con renombre internacional, por lo que se pensaba que la identidad y clima de la imagen del festival no debía competir figurativamente con las identidades ya instaladas de las puestas, sino que las integrara y contuviera.
Como resultado, diseñé una marca más simple y menos expresiva que la anterior, donde lo tipográfico y la gama cromática tienen los papeles principales y en donde las imágenes de fondo son las que personalizan cada festival. Es decir, que los aspectos propios de cada festival ahora se expresen desde la textura de fondo que se invente para cada edición futura. En este esquema, las imágenes del VIII festival (2011) fueron abstracciones de explosión y rompimiento; las del IX, de un naturalismo de manchas y las del X de una guarda creada a partir de dibujos diseñados por mí con cinta papel, a partir de ver a la X como un cuerpo humano.