En 2001, ante el encargo de la Presidencia de la Nación Argentina de crear la identidad visual del gobierno, diseñé la versión del escudo nacional argentino, todavía vigente. Cuando me convocaron a realizar este trabajo, la intención era contar con una forma de representación del Estado que se diferenciase del gobierno anterior y que definiera, de alguna forma, al de ese momento, sin un encargo demasiado específico, más que la necesidad de contar con una marca. En ese momento desarrollaba mi doctorado sobre el diseño de la nacionalidad por parte del Estado, con lo cual ya contaba con juicios sobre lo que se debía comunicar y diseñar. Restaba sí ajustar cuestiones sobre la realidad del sector público de entonces y profundizar mi investigación específica sobre el escudo.
Igualmente, a poco de ver el tema, llegué a ciertas conclusiones: que cada uno de los organismos del Estado contaban con una versión propia o cliché que reivindicaban como el que le correspondía, registrándose decenas de variaciones del escudo en uso, acorde al momento o autor que había dibujado el mismo. También llamaba la atención que, por error, oficinas nacionales usaran el escudo de la provincia de Buenos Aires, la principal provincia de Argentina, que abarca a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En esas imágenes del escudo se apreciaba una alta expresividad, en especial por parte del rostro del sol donde, en algunos casos, buscaba atemorizar y, en otros, marcar distancia; ambos atributos que no constan en la Constitución nacional del país. Pero, además, no existía un sistema de identificación del Estado y cada área mostraba nombre y repartición (organismo público) como podía o quería, por lo que, como parte del trabajo, se debía sistematizar el bloque tipográfico que identificaba a cada área.
Sobre el escudo argentino en sí, se pudo ver que el mismo es el resultado de la integración de la cultura española, la influencia del escudo de la Ciudad de Buenos Aires y de las imágenes de cambio producidas por la Revolución Francesa. De esta forma, tanto los laureles como el sol son atributos exteriores y han reemplazado los collares de las órdenes reales. Además, los laureles son la expresión heráldica de la gloria, el triunfo y la victoria y, el sol, el símbolo de vida y poder. Las manos sostenidas representan conciliación y alianza, unión y fidelidad, mientras que el gorro rojo es símbolo del esclavo romano liberado que, sostenido por la pica, se transforma en un emblema de libertad y redención política. Sin embargo, el proceso histórico de dibujar el escudo nacional, claramente ilustra cómo los diferentes gobiernos trataron de proyectar una visión propia del tema usando principalmente este soporte de significación.
Enfoque
El haber sido el escudo un medio de expresión de los distintos gobiernos y que cada organismo público utilizase una versión propia del escudo generó que el Estado se mostrase a la ciudadanía desde múltiples voces visuales. Como consecuencia, se consideró que la falta de unificación del sello nacional no ayudaba a que los espectadores viesen al Estado como la representación de la cosa pública. En este sentido, la construcción de una imagen clara y unificada del escudo, sumado a una marca integradora que mostrara, en sistema, el nombre de cada área del Estado, ayudaría a posicionar, no solo a una gestión, sino al Estado en su conjunto, como portavoz del país.
Investigación
Para conocer en profundidad la vida y potencialidades del objeto escudo estudié, inicialmente, reglamentaciones que tuve que rastrear en persona en el ámbito del Poder Ejecutivo, porque nadie sabía nada en concreto del tema. El primer sitio en el que busqué información fue en el Ministerio del Interior, donde legalmente contaban con un área supuestamente a cargo de la reglamentación y uso de los símbolos nacionales. Pero, en la realidad, no había nada. Estudié entonces lo disponible en decenas de otras instituciones, pero los mayores aportes provinieron del Museo Histórico Nacional, del Archivo General de la Nación, de la Biblioteca del Congreso y del Museo de la Casa Rosada.
La idea de que existía una copia fiel de un escudo inicial me llevó a entrevistar a los más importantes expertos del tema. Esta etapa del trabajo fue realmente rica en aportaciones. Por este camino llegué a que, en el Museo Histórico Nacional, hallara tanto el sello de la Asamblea como una versión del escudo que, para el presidente de la Academia Nacional de Historia, fue el escudo usado por la Asamblea Constituyente de 1813. Esa obra la interpretan otros especialistas que consulté como la primera versión oficial del escudo: uno de madera pintada al óleo que puede verse allí. Partí entonces del dibujo como elemento de referencia. Además, se realizó una revisión bibliográfica en busca de trabajos que abordaran este complejo tema; enfoques teóricos y estudios de casos que situaran el origen del problema históricamente. Se seleccionaron algunos temas y autores y se entrevistó a otros informantes claves.
La metodología para analizar imágenes de escudos creados por el Estado argentino se basó en un enfoque semiológico de las representaciones encontradas de escudos producidos desde 1810 al presente y su examen. Eso permitió explorar conexiones entre signos y estructuras más amplias de significado, considerando las modalidades sociales de la producción y el público de las imágenes 60, ya que las nacionales no pueden ser analizadas fuera del sistema general del que forman parte. Por lo tanto, las imágenes, como evidencia de las intenciones del Estado, se analizaron en el contexto social y político detectando las influencias que han tenido lugar alrededor de la vida de cada escudo.
En la exploración y estudio de archivos, documentos públicos, museos, instituciones, monumentos, cementerios y sus bronces, se hallaron 250 versiones del escudo creadas y aplicadas en este tiempo. El análisis del contenido se centró en expresividad y la modalidad compositiva de la imagen, desde donde se pudieron descubrir patrones, apariencias históricas, alteraciones, cambios, carencias materiales, diferencias y similitudes.
Se analizó el escudo nacional como consecuencia de la continuidad de la misma estructura de las imágenes desde 1813 y lo que se buscó fueron “variaciones mínimas” 61 de información de cada uno de los escudos hallados. Esta información fue comparada con parámetros representativos. En ambos casos, la transcripción textual del componente de las imágenes (carácter constitucional de las imágenes) se puso en una matriz y se utilizó como guía, así como la reproducción inicial. La primera reproducción del escudo utilizado por Argentina se estableció como parámetro de la investigación.
Estrategia
Propuse que el nuevo diseño se ciñera a representar los valores ideales presentes en la Constitución por medio de sus dibujos, por razones de coherencia con las ideas que me llevaron a este trabajo y para alinear el futuro arte final con definiciones legales, buscando lograr la representatividad necesaria para implementar estos cambios. Así, el interés comunicacional en las modificaciones y uso del escudo fueron: el ajuste gráfico del dibujo del escudo para disponer de una mejor presencia y solidez de sus atributos sin alterar el contenido; el uso sistemático de su aplicación, a fin de contribuir a revitalizar el Estado, al proyectar coherencia entre sus áreas; y la posibilidad de promoción de atributos que ofrece el escudo para intervenir en el imaginario de los argentinos.
Arte
A partir de contar con un mapa de significados de los distintos elementos que integran el escudo, conté con una gramática de referentes: por ejemplo, un fondo azul y no celeste era propio de los gobiernos federales y posteriormente nacionalistas. Un sol y laureles grandes, de gobiernos militares (gloria y energía mística), como así también que las manos que representan a los argentinos se mostraban -en general- más pequeñas que en los gobiernos populares. Desde ese material comencé a proyectar la actual versión.
Así, entre otros ajustes, la expresión del sol que diseñé evidencia contención y tranquilidad, en oposición a las caras de los anteriores soles que, mayormente, buscaban imponer temor o distancia. Las manos del centro se destacaron con un ligero tinte en el color de la piel, con tal de incorporar la diversidad étnica que constituye el país. El tamaño de los laureles buscó equilibrar al todo en forma armónica, evitando magnificarlos por sobre los otros referentes. Finalmente, se vectorizó y ajustó el grosor de las líneas y espacios que componen el dibujo, para lograr una buena visibilidad de esta imagen, desde cualquier tamaño de reproducción y medio tecnológico.
Cuando terminé de diseñar la actual versión gráfica del escudo, Presidencia envió mis diseños a la Secretaría de Legales para confirmar que se ajustara a la normativa y luego se comenzó a sistematizar la aplicación. Ese proceso de sistematización fue logrado a través de cuatro gestiones distintas, llegándose en la actualidad a una unificación del 90% del Estado nacional.