Las campañas sobre la violencia contra la mujer están mal enfocadas
Nos indignamos cuando vemos en los medios que una mujer ha sido asesinada o golpeada. Hay un consenso generalizado sobre lo terrible de la situación.
Ahora, ¿qué puede hacer la sociedad para no ser tan pasiva ante este feminicidio que nos envuelve?
Está claro que el estado debe aportar herramientas de prevención o contención a quien sufre o podría sufrir violencia. En Argentina, el grupo “Ni una menos” ha hecho historia.
Pero no alcanza, lo urgente ahora es bloquear la agresión antes de que se produzca.
A pesar de sus buenas intenciones, las campañas contra la violencia de género no han surtido efecto. Incluso sin quererlo, han puesto el foco en otro costado de la problemática. Como ejemplo, recuerdo muy presente las imágenes de una Mafalda que grita Basta o una niña que desde su fragilidad levanta su comprometida mano. Bellos posters que dan ánimo o comprensión a la agredida y ayudan a presionan para que todos nos involucremos.
Sin embargo, esas imágenes a mi entender no son las que se necesitan, ellas siguen reforzando sin quererlo el lugar de la mujer como un blanco fácil. Sin buscarlo y ante los ojos de quienes desean descargar su impotencia existencial contra algo o alguien, están ubicando a la mujer en un mal lugar.
Tomemos como caso los accidentes viales: Quién diseña una campaña preventiva sabe que mostrar colisiones, sangre y destrucción genera mayor cantidad de siniestros porque levanta la agenda del accidente como recurso: le ofrece al que inconscientemente busca chocar su vida contra algo, un medio de expresión. Volvamos a nuestro tema y pensemos sino le estamos sosteniendo al violento un objetivo para su mira.
¿Qué hacer? Enfrentar desde el mensaje al victimario, al responsable.
Y hacerlo desde una herramienta que afecte la forma en que nuestra sociedad se ve y entiende a sí misma. Necesitamos entonces de acciones de propaganda serias que logren ser internalizadas por el conjunto. Propagar ideas, valores y creencias que busquen influir la identidad individual y colectiva del receptor. En la práctica, y en lo particular, implica definir, marcar límites, reeducar sobre un aspecto de la vida en común. Llamar las cosas por el nombre que nuestro contrato social exige, ese acuerdo que detalla lo indispensable para ser parte de esta comunidad.
¿Cómo? Primero y lo más importante cerrar filas como sociedad y materializar dicho consenso, para desde allí crear y unificar un mensaje fuerte que logre percudir y desestructurar los marcos de referencia del agresor. Hay que reconocer que la pretensión de detener esta forma de violencia es uno de los pocos temas desde donde se puede construir una política de estado que incluya y trascienda partidos, grietas, intereses y que involucre a la mayoría de los referentes sociales. Desde este consenso se debe sacar el tema del escenario privado para asumirlo ya como un problema público.
Segundo, que ese consenso se corporice en un relato desde el cual se nombre al violento de acuerdo a una estrategia. La llamada revelación y consecuente voz de orden de la propaganda tradicional. Mi opinión es que esa voz debe focalizarse en decir tan solo una idea fuerza simple y elemental, por ejemplo: “el que le pega a una mujer es poca cosa”, o poco macho o algo similar. Tan primaria que se pueda repetir en un jardín de infantes o en un campo de fútbol por parte de todo integrante de ese consenso. Es este un concepto creativo relativo y cuestionable como cualquier otro, pero que busca trabajar sobre el espejo y discurso formativo del varón, moviendo a la mujer del centro de la cuestión.
¿Con qué objetivo? para condicionar los puntos de referencia del violento, pretendiendo bloquear al agresor antes de que actúe. Pensemos, ¿qué pasaría si los amigos, familia e ídolos del violento repiten desde su contexto o medios de comunicación una y otra vez la idea de que quien agrede a una mujer, no puede llamarse persona? Podríamos entonces provocar una crisis sobre el registro de situación del potencial agresor, cuyo efecto afectaría su conducta real. Como mencionaba con respecto a los accidentes viales, se podría llegar idealmente a mover el punto de descarga de las frustraciones de dicho sujeto.
En paralelo, estaríamos categorizando al violento, mostrando un modelo de lo aceptable para ser integrante de nuestra comunidad. Además, estaríamos creando nuestros propios anticuerpos, influyendo no solo en la construcción cultural de nuestros integrantes presentes, sino incluso de los futuros. Pero lo más importante, no estaríamos abandonando a un género ante este presente.
A veces el miedo a pretender diseñar la sociedad que queremos nos hace ser cómplices por inacción, pero cada segundo que se pierde es valioso si queremos que no haya una mujer menos.